¿Tan difícil es rendirte?
¿Rendirme? ¿Qué significa eso para ti? Porque, si tú te rindes siempre que puedes, no significa que sea lo mismo para mí. Yo no me rindo con frecuencia, eso no tendría sentido. Pero si lo hago, entonces he tomado la decisión más importante de mi vida, y ahora debo vivir con eso, sea bueno o malo. Créeme, lo intenté. Creo que di algo importante, que me esforcé, que luché cada día por pensar que podía cambiar ese día, que las cosas podían ser diferentes.
Mira, mira estas cicatrices. No son por descuidos, son sacrificios constantes que, ahora que las veo, solo duelen porque nunca tomé lo que pienso que me gané. Ya sé que sueno egoísta, pero esto es rendirse: caer en un tipo de desesperación y ya no saber qué hacer o decir. Ahora solo hablan los sentimientos, porque yo ya no puedo. No se puede, y nunca se podrá.
Y en la imposibilidad está, si luchaste antes, la pérdida de la moral. Que hagan lo que quieran con los cuerpos que se rindieron; tal vez no valen nada, porque si alguna vez valieron, eso quedó olvidado en la perspectiva actual: un vil abarrotamiento de seres que nunca fueron. Porque en el ser hay un intento, y los intentos no son eternos.
Quizá me ves como a una persona sin hogar, descuidada y mal vista. Pero si puedo defenderme, te diré que no me rendí fácil, que nunca osé siquiera pensarlo. Sin embargo, si por lo que luchas no nota que luchas, ¿cómo seguir? Lo mejor es apartarse, tomar otro camino que, si bien ahora parece la peor opción, imagina a aquel que deja de resistir contra la tormenta en el mar, pues sabe que no ganará si lucha. Y, por esa supuesta rendición, verse después más amable, más sensato, y no tan egoísta como al principio.
Recordará las tormentas como experiencias importantes, pero no las odiará, porque sabe que así son. Nadie tuvo la culpa; solo fueron circunstancias que apenaron los deseos no cumplidos de quien siempre desea, dejando una huella de inseguridad más grande que el deseo mismo.